A media noche, te deslizas por las escaleras,
puntilleas los cuatro peldaños del rellano.
Detrás de ti, abandonas el silencioso descanso del vecindario,
que tras un séquito de puertas herméticas seguirá
resguardado entre sus cálidas mantas.
Inmerso en la tenue luz,
Desenfundas un antiguo transistor;
Tu consorte nocturno.
A modo de saludo, fijas tus ojos en él
Y con fuerza, presionas la tecla “on”.
Ésta, a trompicones, desvela su lento mecanismo.
Como buen manitas, le propinas su esperada palmadita;
Inicio de la estridente invasión melódica.
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